por Juan Vergillos

PREMIO NACIONAL DE FLAMENCOLOGÍA

Ha publicado novelas, ensayos, libros divulgativos, relatos, poemas y letras de canciones. Ha escrito y dirigido espectáculos de danza y de cante flamenco. Ha dirigido festivales de flamenco y otras artes escénicas. Ha ofrecido conferencias, talleres y espectáculos en teatros, festivales, colegios y universidades de Europa y América. Colabora habitualmente en la prensa generalista y especializada. Dirige el blog Vaivenes Flamencos.







viernes, 3 de mayo de 2013

El galeón de Manila



Baile, coreografía y dirección: Ángeles Gabaldón. Cante: David Lagos, El Londro. Guitarra: Rafael Rodríguez. Lugar: Sala Joaquín Turina, Sevilla. Fecha: Jueves, 2 de mayo. Aforo: Casi lleno.

En el galeón de Manila, la ruta marítima más extensa de la historia, vino a Sevilla una prenda, el mantón, que hoy identifica lo español en el mundo. El mantón fue anoche el último protagonista de un recital de baile de la Escuela Sevillana contemporánea en la que el equilibrio de lo emocional con lo técnico es absoluto.

Ángeles Gabaldón es una bailaora de hoy y completa su delicadeza en la pose con la contundencia de los pies. La precisa. Sin ruido, sin aspavientos. Todo subraya el círculo: las muñecas, los hombros, los brazos, la cadera. El garrotín era un baile de hombre que la mujer decimonónica trasformó en un juego, el juego de la seducción, de ofrecerse y escamotearse para, finalmente, entregarse, como mostró Gabaldón con una sonrisa pícara en su rostro. 


La seguiriya fue sobria y solemne, de luto riguroso, con esa rigidez que Pilar López, la introductora de los palillos en dicho estilo, le confirió. La guajira fue pura luz, un erotismo tan suave y franco, tan demorado, que no acaba nunca. El abanico, que también vino de China en el galeón de Manila, es la prolongación del propio cuerpo de la bailaora pero también un lugar en el que el universo se concentra y desaparece, el punto de apoyo de Arquímedes, la plataforma desde la que explota el deseo. Y las alegrías una fiesta, darse sin reservas.

El grupo al completo estuvo maravilloso, tanto en el acompañamiento, cómplice y seguro, como en sus intervenciones solistas, denso y pletórico el cante e imaginativo y barroco Rafael Rodríguez.


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