por Juan Vergillos

PREMIO NACIONAL DE FLAMENCOLOGÍA

Ha publicado novelas, ensayos, libros divulgativos, relatos, poemas y letras de canciones. Ha escrito y dirigido espectáculos de danza y de cante flamenco. Ha dirigido festivales de flamenco y otras artes escénicas. Ha ofrecido conferencias, talleres y espectáculos en teatros, festivales, colegios y universidades de Europa y América. Colabora habitualmente en la prensa generalista y especializada. Dirige el blog Vaivenes Flamencos.







domingo, 15 de abril de 2012

Se extinguieron los fuegos de artificio



Pedro Sierra
'El toque Flamenco'
Producido por PS. La Voz del Flamenco

Vuelve, y viva, la guitarra solista y sola. Y ojalá que lo haga para quedarse. Les dije que algo de bueno tenía que tener la precariedad de medios que nos embarga: la vuelta a lo esencial, al mérito, a lo válido. Claro que esta vuelta de la guitarra flamenca es un retorno a las raíces. Pero no puede ser una vuelta acrítica. Sabemos mucho. Hemos aprendido mucho, quizá demasiado. Del contacto con lo otro, con otras músicas (jazz, académica, étnicas), con otros instrumentos, venimos cargados de acordes, de saberes, de técnicas y de experiencias. Y esa acumulación de saberes brilla más que nunca ahora que la guitarra solista vuelve a sus orígenes. Plena y rica. La vuelta a lo esencial no significa vuelta a la precariedad, ni mucho menos. Eso de la indigencia, el cuento del cuarto, es un cuento para viajeros ingenuos que nos hemos llegado a creer aquí, mientras que los viajeros aprenden latines. Vuelve a su riqueza originaria que es esa conexión, sin mediadores, con lo instintivo, con lo emocional básico. Se acabaron los fuegos de artificio.
Eso no quiere decir que haya que descuidar las formas, como demuestra una entrega pulida hasta sus últimas fronteras, natural, claro, pero también civilizada, en el sentido más griego, político, del término. Música para todos los hombres y mujeres que tengan oídos y corazón. Tampoco hace falta disfrazarse de buen salvaje (otra trola para guiris que no nos creímos más que nosotros) ni hacerse los difíciles. El cantaor sólo quiere cantar como el bailaor bailar. Y, como tocaor, toca madera Sierra. Sólo noto cierto descuido en los aspectos visuales de la obra. Que nos volvamos esenciales no quiere decir que no nos vayamos de fiesta, todo lo contrario: gozosas las dos bulerías, modales. El zapateado en un tono mayor que me recuerda obsesivamente una pieza de Pepe Habichuela, A Mandeli, y a Sabicas, y en el que no suenan más que las cuerdas, ni una palma siquiera de más ni de menos. La fiesta sigue por unas guajiras plenas de contundencia e intención. La guitarra suena absolutamente contemporánea, apretando y dividiendo más el compás tradicional, aunque asomen, asentándonos en tierra, las armonías y el ritmo clásico de dicho estilo. Sierra tiene una facilidad en el toque, una velocidad, un virtuosismo, que hace fácil todas las cosas dificultosas que toca. Y, además de componer falsetas de fantasía, también se gusta en los temas y estribillos como éste con sabor clásico de las guajiras, donde no faltan guiños a los maestros. En las cantiñas el clasicismo de pronto se ve trufado de un arpegio y contratiempos que nos ponen los pies en el desencanto contemporáneo. Los fandangos de Huelva también son una fiesta que se abre con una larga introducción libre de ritmo. Pulcros, depurados, livianos e íntimos son estos fandangos. No faltan los guiños a las melodías tradicionales pero el acabado de la pieza es, como digo, absolutamente contemporáneo. Es el equilibrio de todos los días, de la calle, de los que habitamos edificios seculares y respiramos el aire de hoy. Sierra ha llevado un aire sentimental a los tientos que dan nueva vida el género. En el jaleo final retoma un tema de la rondeña. Soleá por bulerías de marchamo clásico, las falsetas se van sucediendo por mor del sonido, de la variación melódica y la exactitud rítmica.
La rondeña es un gran despliegue de recursos técnicos, es decir anímicos, desde la melancolía a la virilidad épica del picado. Contundencia de bordones e intimismo montoyista de trémolo, que desemboca en el ritmo ternario que Paco de Lucía le impuso al género. La obra al completo muestra una enorme voluntad clasicista que va desde la concepción a la ejecución, pero que no puede, ni lo pretende, evitar estar imbuida de los aires que hoy soplan en lo jondo. Que es uno de los grandes de la guitarra de hoy ya lo sabíamos, aunque éste, su mejor disco, venga a subrayarlo.

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