por Juan Vergillos

PREMIO NACIONAL DE FLAMENCOLOGÍA

Ha publicado novelas, ensayos, libros divulgativos, relatos, poemas y letras de canciones. Ha escrito y dirigido espectáculos de danza y de cante flamenco. Ha dirigido festivales de flamenco y otras artes escénicas. Ha ofrecido conferencias, talleres y espectáculos en teatros, festivales, colegios y universidades de Europa y América. Colabora habitualmente en la prensa generalista y especializada. Dirige el blog Vaivenes Flamencos.







domingo, 20 de noviembre de 2011

El mar inmenso de lo jondo

‘Cuadernos Gitanos’ Nº 8


Dir. Joaquín López Bustamante. Madrid, Instituto de Cultura Gitana, 76 pp.




El error no consiste en que no sea verdad lo que se dice. El error consiste en creer, o hacer creer, que lo que abarca mi mirada es el universo entero. Por supuesto que la trasmisión familiar, en un hogar gitano, o no gitano, es parte de lo jondo. Pero un arte que casi desde sus orígenes cuenta con representaciones escénicas y, sobre todo, con registros sonoros, se ha trasmitido principalmente a través de los mismos. Por supuesto que el flamenco es un arte con el marchamo de los gitanos. Pero la evidencia es que la mayoría de los creadores, recreadores e intérpretes del mismo no eran gitanos. Claro que hay que decir que muchos otros, algunos de los más geniales, sí lo eran: la Niña de los Peines, Ramón Montoya, Caracol, Mairena, Mario Maya, Camarón ... por decir unos cuantos nombres a vuela-pluma.

Como el terreno en el que me estoy adentrando hoy es muy resbaladizo, quiero rogarte, lector, que no entiendas nada que yo no diga. Y lo que digo es que la presencia gitana en lo jondo es fundamental. Así lo entiende, acertadamente, el último número de esta revista que, ocupándose de forma parcial de este arte, presenta en este número un monográfico sobre lo flamenco. Con lo que no estoy de acuerdo es con el enfoque teórico. Por ejemplo, el artículo de Ricardo Pachón, genial productor de álbumes clave en la historia de este arte, y aquí ensayista poco informado. Pachón hace caso omiso a la realidad histórica y a los más recientes hallazgos de los estudios flamencos cuando afirma, por ejemplo, que “toná, debla, martinetes, carceleras, livianas y seguiriyas” son “cantes matrices” en tanto que relega a “fandangos, granaínas (...), tarantas, cartageneras, mineras, murcianas, levanticas” a la condición de “folclore andaluz”. Con ello revela Pachón desconocimiento de lo jondo y del folclore. Malagueñas y tarantas, con sus derivados, se registran en los cilindros de cera mucho antes que la seguiriya, por no hablar de la debla o la liviana. Las ‘Escenas andaluzas’ de Estábanez Calderón hablan de malagueñas, jaberas y granadinas, pero no de seguiriyas o deblas. La franca agresión viene al decir que manifiesta su “agradecimiento a este grupo de aficionados que en pleno periodo franquista, cuando la radio oficial solo trasmitía como flamenco las coplas en falsete de los Valderrama, Molina o Marchena, salvaran, para la posteridad, la verdad y la autenticidad de una música”. No sólo ofende a los aficionados a Valderrama y Marchena sino a la verdad y la autenticidad de estos dos creadores y recreadores, al menos uno de ellos sin duda genio del cante flamenco. Lo de relacionarlos además con uno de los periodos más nefastos de la historia reciente de nuestro país es ya demencial.

Este texto es la quintaesencia de un enfoque sesgado, esencialista, y que revela uno de los mayores males que aquejan a lo jondo desde los años 50: el cainismo, el cisma que devalúa una raza, incluso unas formas musicales, en detrimento de otras. Ciertos ensayistas proyectaron su propia moral cainita, su propio resentimiento, en formas musicales, coreográficas y literarias que, por sí, no son sino músicas y que, como tales, no son patrimonios sino de los músicos que las actualizan y su público. Desde entonces hay cante grande y cante chico, cante gitano y cante no gitano, cante bajo-andaluz y cante no bajo-andaluz. Olvidándose de Sabicas, gitano de Pamplona, Pilar López, paya de Madrid, Carmen Amaya, gitana del Somorrostro, o Angelillo, gallego de Vallecas. Olvidándose, acaso que Caracol fue un estilista del fandango personal o que La Niña de los Peines era una maestra de la cartagenera y la malagueña de Chacón.
Imagen de Paco Sánchez de la cantaora, no gitana por cierto, la Piriñaca, que ilustra esta edición de 'Cuadernos gitanos'

Una mirada obtusa, parcial, que se presenta, no obstante, como la “verdad y autenticidad” con unas miras ciertamente comerciales. Así nació, en la precariedad de los cincuenta, y así sigue, conquistando seguidores en medio mundo, como cualquier “escuela del resentimiento” que diría Harold Bloom. Parcial, sesgada y tendenciosa. Una mirada que se suma a otras miradas: los que creen que el flamenco es un hecho estrictamente urbano, o estrictamente rural, o netamente español, o absolutamente andaluz, totalmente reaccionario o vanguardista por los cuatro costados, arte de pobres o de una selecta minoría. La verdad es que todos llevan razón, desde la parcialidad de su mirada, porque el flamenco es todo esto y más, porque es un fenómeno vivo que se expande en todas las direcciones. Lo que tenemos que discriminar es cuando el teórico se limita, simplemente, a tratar de encerrar en la botella estrecha de sus propios prejuicios (racistas, morales, nacionalistas, de clase, etc.) el mar inmenso de lo jondo. Una cosa es que este “es mío, que yo lo vi primero” nos produzca ternura. Pero somos adultos. Y mientras, el fundamental estudio de la presencia e influencia de lo gitano en el flamenco continúa sin hacerse



2 comentarios:

  1. Muy bien Juan.
    Estos comentarios y debates son los que pueden ayudar a que el flamenco siga vivo.
    Salud compañero.

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  2. Ahí estamos amigo, en el debate y, sobre todo, en la afición. ¡¡¡vivan los gitanos!!!!!!

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