por Juan Vergillos

PREMIO NACIONAL DE FLAMENCOLOGÍA

Ha publicado novelas, ensayos, libros divulgativos, relatos, poemas y letras de canciones. Ha escrito y dirigido espectáculos de danza y de cante flamenco. Ha dirigido festivales de flamenco y otras artes escénicas. Ha ofrecido conferencias, talleres y espectáculos en teatros, festivales, colegios y universidades de Europa y América. Colabora habitualmente en la prensa generalista y especializada. Dirige el blog Vaivenes Flamencos.







viernes, 6 de mayo de 2011

Postales de feria (III): Voy a serle fiel a mi corazón

Mi amiga F. de la que hablaba antier, es una mujer de verdad, que sabe de qué va la vida. Nada que ver con las niñatas estas que yo me encuentro por las noches y que se llevan a mi pájaro detrás. Esas niñas que, a veces, me dan calabazas, y otras duermen conmigo. Esas niñas a las que, a veces, juro amor eterno y otras me caso con ellas. Si se me cayera el pelo o tuviera arrugas en la frente quizá no atraería a este tipo de muchachas.


Le pido a David que espere un momento, que en seguida vuelvo. Salgo del portal y me voy en busca del tugurio en el que dejé a mis amigos. Habíamos quedado en irnos pero llevo un rato mirando a la puerta del local y no salen. Estoy buscando a una muchacha morena. La puerta del local, se abre a una escalera descendente completamente sumergida en la oscuridad. También el portalón de al lado, que pertenece al mismo antro y que también está abierto, se abre a lo negro. La música suena, lenta, suave, poderosa, y sé que mis amigos están abajo, haciendo el amor a compás. Siento envidia. Pienso, “podría estar con ellos, haciendo el amor, si me hubiese trabajado a la morena”. En verdad la morena me gusta. Pienso que podía estar ahora haciendo el amor en la oscuridad con una muchacha morena. Pienso que no entiendo a las mujeres pero que en la oscuridad todos los gatos, también los negros, son pardos. Que cuando hablan los cuerpos se callan los miedos, aunque sé que no es cierto. Llevamos el miedo en la frente, en la garganta, y también en el sexo. Y el valor, naturalmente.

David y la muchacha se levantan cuando me ven regresar. La muchacha se había despedido ya de mí, pero me han esperado los dos. Ahora tiene el pelo rubio recogido y se abraza a él. Se van a montar en la moto. He cogido el primer vidrio que he encontrado en una mesita baja. El mío estaba pegado con una grapa mientras que éste que tengo ahora en mi mano es totalmente liso. No obstante, vacío su contenido en mi gaznate. El vino denso está caliente.

David me enseña una rueda de acordes con su pequeña guitarra eléctrica, roja. Me enseña para qué tipo de distorsión sirve cada uno de los botones. Me dice que me ha visto alguna vez con una guitarra como esa.

 -  No, yo no tengo una guitarra así.

Le voy a decir que mi guitarra es española cuando un tipo al que no miro nos interrumpe. Como yo me interrumpo en mi gesto de no mirarlo. Como me interrumpo ante la ojitos. Como me interrumpo ante la morena. Como me interrumpo ante ti. Interrumpirme me salvó la vida en otro tiempo, y ahora es un hábito. Un vicio. David le pide al tipo que haga una llamada y da tres golpes contra el suelo. David le dice que no va así.

Sí, puede hacerse también la llamada de esa manera.


Voy a decir para justificarme que me enseñaron a hacerlo unos viejos de Jerez, pero David admite de buen grado mi comentario y le da validez ante su alumno. Entonces viene un aire y me lleva.


-¿Dónde están tus amigos?
- No los encuentro, deben de haberse marchado a casa- Lo cierto es que están todos haciendo el amor en la oscuridad.




Es la primera vez que estas crónicas afectan a mi vida social. Así que voy a tener que plantearme el dejarlas. Por ejemplo: varias personas se sorprendieron ayer de verme en el Real sólo porque antier dije que no volvería más a la feria. Qué tontería. Me sorprende que alguien dé crédito a los embustes que digo aquí. Eso sí, para mí, todos son absolutamente verídicos. Tampoco conseguí, al final de la noche, que mujer alguna bailara conmigo por tangos. No las culpo, después de lo que dejé dicho aquí. Y lo asumo de buen grado porque héroe es en puridad el que acepta su destino a sabiendas. Todavía hay una puerta cerrada en mi corazón. Todavía no es el tiempo de abrirla.

Eso sí, por sevillanas me volví a dar un estupendo atracón: la sorpresa de la noche fue para mí Manuela, que decía no acordase de los pasos de las sevillanas. Manuela es una de las personas que más quiero en el mundo porque es la mitad de uno de los cuatro hombres que más quiero en el mundo. Soy muy afortunado de haberlos encontrado. Por suerte, tenía anoche a dos conmigo. Me sentía seguro, en casa, después de mucho tiempo. Manuela baila mejor que las bailaoras profesionales con las que estuve esa misma noche, con perdón. Es una mujer hecha y derecha, claro. Sobre todo por cómo se arrojaba sobre mis brazos en los cierres de cada copla. Qué difícil encontrar una mujer que se arroje así, con esa entrega absoluta, en los brazos de un hombre. De éste hombre.

También volví a bailar, casi fugazmente, con la que ya se está convirtiendo en mi india favorita. La vi bien, tranquila, al lado de su hombre, entregado. Le di un abrazo al hombre, aunque apenas hemos cruzado dos palabras. Para mí, con todo, es un hermano.

Tienes el pelo largo, muy largo. Eso significa que hace mucho tiempo que dejaste de visitar mi cama. Nunca había tenido una amante rubia. Hay un muro entre nosotros. Nosotros, sí, que en tiempos ocupamos el mismo espacio físico. Te veo envejecida y vital. Veo cómo te diviertes, cómo cantas, cómo te ríes, y me gusta. Hay un muro entre tú y yo. Claro que sentí deseos de darte un largo abrazo. Claro que te sentí allí cerca, a menos de un metro, bailando con otro y yo con otra, y sabiendo que un tiempo fuiste mía. Que de entre todas las mujeres que había a mi alrededor, fuiste mía. Pero no voy a derribar este muro. Ese tren ya partió. Tampoco tú quieres que yo lo haga: ¿de qué te serviría un pelele, un hombre sin dignidad? No por tener la razón: te la doy toda. Pero de mi dignidad ya no puedo dar un gramo, porque la perdí muchas veces confundiendo esa debilidad con amor. Ahora no puedo tocarte cuando esa misma mañana me estuve tocando pensando en ti. Eras, hubieses sido, una amante prodigiosa. Fuiste una amante prodigiosa.  

- Me había apostado conmigo mismo que besabas bien.

Tu boca de leche, de crema. Fina y poderosa. Nadie te conocería en mi cama cuando dejas la falsa modestia a los pies del lecho y te haces grande. Cuando la tensión de tu boca, la rabia contenida de tantos años hacia la vida, desaparece. Y tus labios entonces se hacen grandes, hermosos, redondos, serenos, dibujan un círculo perfecto y rodean con una caricia encarnada y cremosa mi boca, mi pecho, mi sexo. Tu boca dulce, lenta, entregada, se demora en una ínfima porción de mi piel. Tienes mucho que dar, y eres una gran mujer, no puedo decir otra cosa. Siento que nuestros caminos se separaran porque yo también tenía ilusiones. Todavía muchas noches, en este relato mismamente, hago juegos de palabras con tu nombre, que me encanta. Si me encanta tu nombre es porque tú me encantas, claro. Quise construir, por vez primera, una relación adulta con una mujer. No es que no entienda a tu niña herida, a la que adoro, como no podía ser menos. Pero no puedo permitirle, ahora no, que rija nuestras vidas. Mi vida. No te abandones, porque no estás sola. La vida ha sido generosa contigo, te ha dado belleza y alegría, y una red familiar densa. Hoy me volveré a tocar recordando lo guapa que estabas ayer. Me aguarda aún una temporada de soledad, de rendir cultos a Onan. Voy a serle fiel a mi corazón.

Todo pasó, este tren ya se fue. Te descubro en la noche y mi corazón permanece tranquilo, sereno, en la porción de albero que la vida me ha entregado hoy. Los borrachos pasan a mi lado y me dicen algo que no entiendo. Nos damos de bruces más tarde, cuando hago una maniobra para bailar con M., en el estrecho espacio de la caseta. “Me alegro de verte”, es lo que dices. Cuando me voy sin despedirme de los puestos de buñuelos te busco con la mirada, me pregunto si no es que venías con C. detrás de mí. Me doy cuenta de que todavía no hay ningún hombre a tu lado. Ojalá lo encuentres, te lo deseo de corazón. Todavía quiero verte, abrazarte. Pero hay un muro que se interpone entre tú y yo y que no me ha permitido darte un abrazo, como era mi deseo. Tan sólo un abrazo. Pero yo no puedo saltar este muro, y lo sé, y lo sabes. Y así, se nos va pasando la vida, construyendo muros y abriendo puertas.

Cuando se fueron mis amigos, mis amigos más queridos, me sentí un poco huérfano, aunque estaba con tres mujeres muy hermosas. Dos de ellas niñas, muy niñas. Y una mujer hecha y derecha. Sólo tiene un defecto, que tiene novio. Hay noches en que compite con la luna en belleza. Está alcanzando la serenidad. También me encontré con la de los ojitos del día de antes, y la dejé correr, pese a todo, aunque no dejó de acosarme con su mirada. Nos vamos construyendo muros. Con nuestras deslealtades, con nuestros miedos. Pero yo he prometido serle fiel a mi corazón. No me quejo de que no bailaran tangos conmigo porque héroe es en puridad el que acepta a sabiendas su destino y sé que todavía hay una puerta cerrada en el muro de mi corazón. He prometido serle fiel a mi corazón.

No hay comentarios:

Publicar un comentario